Miras al suelo mientras andas, por
costumbre y por no tropezarte. Cada ciudad tiene su forma de caminar.
La calle está fracturada como un espejo roto, había habido
bordillos que ahora están erosionados en algunos tramos y se han
derrumbado en otros. Había habido también asfalto que ahora se
desmorona de vez en cuando por sorpresa como la arena por el cuello
del reloj. Desaparecen partículas de calle hacia el vacío de la
ciudad granulada, y por eso hoy caminas mirando al suelo, por
instinto y por si acaso.
Te encuentras entre un paso y el
siguiente con un gato minúsculo a quien ya no le asusta el cerco de
pies a su alrededor. Sorteas algún que otro montón de basura y
haces como si no estuviera, los trajo la tormenta y se quedaron por
desidia. Calles que supuran basura, acné urbano en una ciudad que
crece, crece, crece. Casi nunca andas por la acera. Haberlas haylas,
pero siempre terminas haciendo equilibrismo entre la carretera y los
coches aparcados. Cada ciudad tiene su forma de caminar. En la tierra
de nadie que trazan las sombras de los coches en doble fila y los
coches a toda leche se anda mejor. A veces algún charco, a veces
algún susto. Y de vez en cuando, calles de polvo tan estrechas que
los edificios las envuelven con su celofán de balcones y ropa
tendida. Sólo una cuchillada de cielo para que corra el aire y se
meneen las sábanas y los calzoncillos blancos.
Al doblar la esquina, antes de que el gentío la devore, una caricia violeta en los adoquines nos recuerda que hay cosas que celebrar. Un collar de reflejos violetas hace bailar las banderolas que engarzan un lado de la calle y su opuesto, residuos de plástico del penúltimo ramadán siguen decorando la calle hasta que el sol se los coma o hasta que se los lleve el viento.
Cada ciudad tiene su forma de caminar.
Al doblar la esquina, antes de que el gentío la devore, una caricia violeta en los adoquines nos recuerda que hay cosas que celebrar. Un collar de reflejos violetas hace bailar las banderolas que engarzan un lado de la calle y su opuesto, residuos de plástico del penúltimo ramadán siguen decorando la calle hasta que el sol se los coma o hasta que se los lleve el viento.
Caminando como se camina en estas
calles, se ve primero la sombra de casi todo, hasta de lo bonito. Y
la sombra de estos vestigios de celebración parece un mapa de
cromosomas coloridos, con sus patitas de X y sus patitas de Y
saltando entre los rascacielos. Se balancean tan rápido que el
viento se lleva la afinación norte-sur de la brújula, por eso
seguimos desorientados aunque tengamos el mapa tatuado en el suelo.
Parenthesis 15
You look at the ground as you walk,
out of a habit and out of precaution. Each city has its own way of
walking. The street is fractured as a broken mirror, there had been
curbstones which are currently eroded in some sections, some others
have crumbled. There had also been asphalt, and it's moulding by
surprise every now and then as the sand goes through the neck of the
clock. Street particles disappearing in this granulated city, and
this is why you walk staring at the ground, by instinct and just in
case.
Between one step and the next you meet
a tiny cat who is not afraid of the besieging steps around. You
raffle some pile of garbage and pretend it's not there, it came with the
storm and stayed out of sloth. Streets suppurating trash, urban acne
in a city that keeps growing, growing, growing, You rarely walk on the sidewalk. There are sidewalks of course but you always end up
juggling between the road and the parking line. Each city has its way
of walking. And we walk better in the no man's land drawn by the
shadows of the double layer of cars and the cars at full speed.
Sometimes a puddle, sometimes a fright. And sometimes, streets of
dust so narrow that are wrapped by buildings with its cellophane of
balconies and hanging clothes. Just a wound of sky to let the air
blow and toss the bedsheets and the white underwear.
Round the corner, about to be
devoured by the crowd, a violet caress on the cobbles reminds us that
there are things to celebrate. A neckless of purple reflections keeps
the dance of the banderoles while linking one side of the street and
its opposite, plastic remains of the previous ramadan keep decorating
the street until the sun will eat them or the wind will take them.
Walking the way we walk these streets,
first we see the shadow of almost everything, even beauty. And
the shadow of these celebrating remains looks like a map of colorful
chromosomes, with its tiny X legs and Y legs jumping between the
skyscrapers. They swing so quick that the wind takes the tune of
north and south away from the compass, this is why we stay
disoriented although the map has been tattooed on the ground.
Each city has its own way of walking.
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