12 de març 2014

Cosas que pasan cuando


trabajas junto al mar.

y en una ciudad desparramada entre el mar y el desierto empieza una de las últimas lluvias de la temporada. Tras un día de luces ocres y viento frío, empieza a caer el agua con goterones densos y preñados de arena. Suena a una bandada de cuervos picoteando las ventanas. Suena a las mil bocinas aturulladas en las calles. Suena a andar bajo la lluvia para volver a casa.

Y vienen las aguas de marzo rellenas de la arena que le robaron las nubes al desierto. Vienen las aguas de marzo deslizándose por el tobogán de un arco iris en cinemascope.

Te asomas al balcón de la oficina con afán de cazar la enésima estampa de un arco iris sobre el mar. Apuntas primero al cielo, luego al extremo derecho del arco, luego al extremo izquierdo. Y las franjas de color emergen desde la playa, ante tus narices. Hoy, durante un ratito, el arco iris estaba al alcance.

Después se lo ha llevado el viento, con la lluvia rebozada y crujiente. Nilo arriba hacia la capital.


hay huelga de transportes.

La lluvia ha durado poco. Coincide su tregua con tu camino a casa y aplicas la sabiduría local que dice que no hay coche que valga cuando son las 17'30h y está mojado el asfalto. Así que sorteas charcos hacia la estación del tramvía para acordarte una vez llegada que están huelga. Todos en huelga para reclamar el derecho a cobrar un salario mínimo, tan mínimo como caducado una vez llena la cesta de la compra.

En la horquilla de rieles que atraviesa la ciudad, decides caminar hacia casa parando en cada una de las paradas de tu tramvía invisible. Hoy no esquivarás taxis ni motos ni machotes sobre ruedas. Hoy no te escurrirás entre el bordillo, los coches y los hombres. Hoy en línea recta, entre las paralelas del tramvía. Hoy andado como los zombies en las películas por el caminito de los tramvías en coma. Siguiendo el éxodo de los oficinistas y los vagones.



son las 18h en la calle champollion.


Y llegas puntual a la clase de adiestramiento de palomas en los tejados. La habitual manada de palomos urbanitas empieza el entrenamiento diario para aprender a volar y volver. De cincuenta en cincuenta, le dan vueltas a la azotea de un edificio cenizo siguiendo las instrucciones de un palomero invisible a pie de calle.

Se alzan por encima de su torreón de madera, si rapunzel tuviera alas se habría rapado las trenzas. Y empiezan a girar como derviches alados por encima del domador, que cree poder domarlas a pesar de no poder volar. Vuelan, tal vez, para darle alas. Para que el día sea un poco menos pesado, para que escriba en el aire mientras ellas vuelan, las cartas que mandará de azotea en azotea a la internacional de domadores domados.



vas al cine y estás sola.


Dejas los trastos en casa te abrigas y sales de nuevo al viento. Y te metes en la sala de cine de una biblioteca de alejandría posmoderna y hormigonada. Eres la única en la sala. Empieza la peli y suena a tu anteayer en las calles de Dakar, junto al canal de Rufisque, a la orilla de otro mar más frío. Empieza la peli y se te relajan las orejas al sonido de una lengua extranjera cuyas superfícies conoces.

Las bandas sonoras de La Pirogue están llenas de tus amigos, tus casas, tus calles, tus ayeres rebozados de la arena de otra ciudad. Casi de otro mundo, casi de otra vida, casi de otra persona. Que eres tú hace unos meses. Caras conocidas actuando como si fueran personas que no conoces. Personajes que no conoces actuando una historia que se ha cocinado en los fogones de tu vecino.


llueve en el catorceavo.


Sales del cine y agradeces al proyectista con un jerejef, saludas al segurata con un masalama, compras birras en francés y le das al arbatashar del ascensor. Abres la puerta tu piso en las nubes y se te moja la punta de los pies con los charcos del naufragio. Arriba, tan arriba vives ahora que cuando llueve, las gotas que tienen vértigo se refugian en el suelo del comedor.

Hay que cerrar las compuertas y las persianas. Hay que achicar el agua del pasillo. Hay que ponerse el pijama y calentarse los pies. Hay que sentarse en sofá y conectar el GPS, trazar los trayectos recorridos desde esta atalaya prestada. Y retomar el rumbo en la lluvia, probablemente la última de marzo, antes de proseguir la deriva.

A nado, a vuelo, a tientas.