25 d’oct. 2011

lamento voyeur

F y A son una bonita melodía. Lo primero que percibo en ellos es la harmonía de sus voces. Solo de trompeta ella, clarinete, instrumento de viento en cualquier caso. Línea de bajo él, baqueteado líquido, contrabajo.

Forman un conjunto pausado.

Dibujan un perfecto círculo al cuál nos acercamos para terminar resbalando sobre su superficie sin asidero posible. Un trazo que empieza y acaba en cada uno de los invitados que asistimos a su hermandad de puntos suspensivos.

F es sobremesa.

A es desayuno.

Saber que él existe me aterra y a pesar de querer borrar su recuerdo, paso el día parafraseando su voz para olvidarle. No duermo.

Sé que no volveré a verle y no quiero volver a verle. Porque cuando le encuentre él será otro. Acompañado de otra a quién simule amar, puesto que su brecha es tan profunda que el amor se le evapora antes de llegar a las manos, a la boca. Acaso por los ojos le gotee algo parecido a una simpatía enjaulada. Piedad de cocodrilo por aquellos que admiramos su baile.

Huéspedes de la hermosura. Invitados al guateque de las palabras. F, la melodía. A, el escenario. Aplaudimos con las entrañas este festín de inteligencia. Atiborrada de estrellas fugaces me recuesto indispuesta. Digestión esdrújula.

Y ahí está ella, media tarde sonriente para lamerse las heridas a la sombra de sus pómulos. Para lamentar lo que no ha sido al cobijo de su techo inacabado.

Me sobra noche al final de sus atardeceres, me falta sueño para sus mañanas.

Y pretendo ignorar que en el fondo de su círculo habita la misma infelicidad que me desvela.

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