Hay quien afirma que se están abriendo brechas entre en el Sol. Que tenemos que decidir si tenemos los pies en la tierra o la cabeza en las nubes. Ésa es una pregunta con trampa.
El suelo:
Las plazas ya existían antes que las llenáramos. Las transitábamos afanados en nuestros recorridos entre dos puntos. Como un entretenimiento con fuentes, bancos, parterres, bocas de metro y palomas cagonas. Plazas que existían solamente de camino a alguna parte.
Pero un día nos sentamos en la Plaza y empezamos a llenar el espacio público de contenido. Nos paramos a discutir sobre lo obvio, a pensar acerca de lo indiscutible. A pisar el pavimento de la plaza con los pies descalzos.
Reaprendemos derechos que ya teníamos y habíamos olvidado: ciudadanía, voto, pluralidad, trabajo digno, libertad, democracia. Y mientras discutimos acerca de quiénes somos y quiénes queremos ser, nos damos cuenta que la Plaza de mi barrio es particular. Inimitable con sus bancos y sus fuentes y sus palomas cagonas. Y los parterres afrancesados devienen huertos honrados, porque no sólo de geranios vive el hombre.
Tocar con las manos lo ya adquirido no es una pérdida de tiempo. La tierra de los huertos se nos quedará bajo las uñas y poco a poco dejará de temblarnos la voz cuando hablemos ante otros. En la Plaza hemos aprendido algo que ya sabíamos y habíamos olvidado: tenemos derechos y deberes; tenemos una Plaza y muchas calles. Hay un suelo bajo nuestros pies y no podemos caer más bajo.
La lona:
Un día empezó a llover y decidimos que eso no iba a pararnos. Nos organizamos para construir castillos de lona en el aire. Observamos las manos de los demás, descubrimos que contábamos entre nosotros con verdaderos ingenieros de la precariedad e inventamos nuevos nudos marineros. Construimos una ciudad efímera con vigas de cuerda, suelos de cartón y sin paredes. Para poder observarnos y perder la vergüenza. Para hablarnos y tocarnos.
Esta lección magistral de arquitectura no se acaba en las calles circundantes, no se agota en las asambleas y las comisiones. En la Plaza ya sabemos que podemos, ahora tenemos que intentarlo en el barrio y en el trabajo, en la escuela y en el bar, en la cocina y en la cama.
La arquitectura de la Plaza no se escribe en manifiestos, se traduce en procedimientos de toma de palabra bajo la lona. En la información compartida y en los debates que vuelan pío-pío por cielos binarios. La democracia real, ya son procedimientos mutantes y orgullosos. Que la lona no nos impida ver el Sol.
El suelo ya es nuestro, ahora queremos el cielo.
2 comentarios:
Tal vez de la fuerza de la ocupación de la plaza está en que se desarrolla en lo efimero.
Hacer que esta fuerza se transmute en permanente a mi criterio le haría perder toda su eficacia.
Su impacto nos ha hecho despertar y comprender que lo debil puede enfrentarse a lo monolítico.
Esta ocupación está teniendo un efecto contaminador que no debe ser arriesgado por la voluntad de permanecer
Guapita molt potens! mola mil!!!
Una abraçada desde Barna
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