18 d’abr. 2010

tango




advertencia
Su encuentro es el relato de una historia poco original, poco emocionante. Su historia será por momentos adjetivada y cursi. Sus ausencias son, sin embargo, crudas y sencillas. Ordinarios recuerdos por todos compartidos. En sus fotos de amor no hay espacio para grandes epopeyas, pero en sus miradas habita la amarillez de muchos objetivos. Tan desenfocadas sus sonrisas como nuestra madurez.
Empecemos por deshojar este cuento desde su más fresco inicio. Sepan los lectores que se trata menos de una flor como de algo parecido a una alcachofa: humilde, saludable y finita. Quien esto narra no pretende artificios pero promete buenas digestiones.
Será difícil contarles un romance intemporal sin engañarles. Les engañaré mucho y con mucho gusto. Se dejarán engañar a cucharadas puesto que de esto trata nuestra historia.

semáforo

El primer día fue lluvioso.
Sería mucho más hermoso decir que todo sucedió bajo una tormenta inesperada, pero lo cierto es que fue una lluvia de lo más ordinario. Grisácea y vulgar (les avisé acerca de los adjetivos). A efectos de mayor teatralidad, dramaticemos el encuentro.
La tenemos a ella abrigada en un paso de cebra. Siguiendo los consejos de todas las mujeres de su linaje, había salido a la calle con ropa interior de abrigo, jersey de lana y botas de agua. Paraguas amplio y larga bufanda. Distraídos sus brazos cargando trastos varios y ocupados los ojos en llenarse de sorpresas. De esta guisa la encontró la lluvia, que ya hemos dicho que no era romántica sino más bien sucia, como las lluvias de entretiempo en la ciudad.
En un paso de cebra, pues.
Podríamos decir que nadie había a su alrededor. Que se hallaba sola escuchando el semáforo. Decisión prágmatica a efectos de puesta en escena. Nos ahorramos extras y decorados. Un juego de luz nos serviría para marcar el ritmo del encuentro. Y aunque los hechos no transcurrieron así, así lo contamos.
Ámbar
Ella absorta en melodías de ciudad. Él apareciendo por el extremo, digamos izquierdo, de la escena.
No rehuyamos la teatralidad y juguemos con los polos opuestos. Desnudo de atrezzo aparece él con pantalones arremangados y chancletas. Él antagónico disfrazado de verano y se coloca al lado de nuestra invernal transeúnte.
Rojo
Suena amortiguado un teléfono móbil en el fondo de todos los bolsos de la ciudad. Y sin embargo sabemos que se trata del teléfono de ella. No han sido en vano las películas en blanco y negro.
En un prodigioso malabrismo, ella se retuerce apoyada en sus dos piernas, en sus brazos cargados de naderías intentando mantener su cabeza a buen recaudo. Como si mojara menos la lluvia en tanto que la cabeza se mantuviera seca.
Puede añadirse en este punto rumor de agua, aunque andamos tan sobrados de adjetivos húmedos que este recurso es prescindible.
Seguimos en un rojo curiosamente extenso, y ella sigue sin alcanzar su teléfono. Ha soltado lastre dejando de lado los bultos y en un instante él se inmiscuye agarrándole el paraguas.
Verde
Es importante que la coreografía cuente con él y que el paraguas pase imperceptiblemente de las manos de ella a las suyas. Si esto sucede, podremos atar la escena con cabos firmes. En tal caso, en lo que tarde ella en pescar el teléfono demasiado tarde, dejará de ser esto un monólogo.
En ese instante, se volteará nuestra protagonista hacia a él al percibir su paraguas volador en otras manos.
Y sonreirá.
Ámbar
Curiosamente el lapso del verde al ámbar será mucho más corto que la duración del rojo. Pero tratándose como se trata de un dramatización, aceptarán los lectores esta licencia.
Bajo esta luz él le dirá:
- han colgado
y ella responderá:
- no sería tan importante
Se dispondrán a cruzar, cuando de nuevo se aceleren las luces a ritmo de ciudad y nos encontremos a merced del semáforo.
Rojo
Ella pugna por recuperar el paraguas y en la operación repara en las ridículas chancletas de nuestro protagonista masculino.
En una apuesta por la universalidad de la historia no detallamos ningún rasgo físico remarcable: todos pueden ser él. A ella, no obstante, la preferimos delgada.
- Se te mojaron los pies. - dirá ella.
- Pero tengo los calcetines secos. - responde nuestro hombre.
- Vas muy lejos?
Verde
- No lo sé, sólo paseaba.

paseo
Supongamos, para no alargar el relato, que nuestros personajes decidieron pasear juntos. Compartir un paraguas ¿no les parece dulce?
Y pasearon toda la tarde (suponiendo que se cruzaran un mediodía) y pisaron la ciudad con el ritmo de un jazz domiguero. Digamos que era martes y acotemos nuestra historia: una mujer invernal y un hombre veraniego en día laborable.
En este punto, la teatralización se dificulta puesto que su conversación se vistió progresivamente de vinos y cervezas. Hablaron largamente de sus historias y de sus calles. De dónde venían. De todas las citas que dejaron pasar en el paso de cebra.
Decidieron que no fue en vano el encuentro y siguieron bebiendo y andando.
En algun punto del paseo él vio una mirada distraída en los ojos de ella. Lo cual no era del todo mentira, teniendo en cuenta las ganas de perderse que desde hacía unos meses le habían ocupado el ánimo. Lo resumiremos en que de un tiempo a esta parte ella moría por aúnar todos los puentes, vísperas de festivo y fines de semana bajo el mismo vuelo low cost a cualquier sitio.
Asimismo, ella le atisbó cierto desamparo en las uñas. ¿Acaso no se fijan siempre en las manos las mujeres? Y la verdad es que no era del todo mentira y las últimas semanas de él habían sido un largo paréntesis. Lo cual se concretaba en una procesión de mudanzas provisionales que le habían dejado con el otoño a secas vestido de verano.
Bebidos y cansados, el aire ya no era tan frío como quisieramos creer pero decidieron tomarlo como pretexto y el paseo se transformó en cobijo por los portales.
Si bien hemos dejado de lado la teatralización, esta secuencia puede fácilmente transmutarse en cortometraje, queda la decisión a manos de lectores inspirados.


* Ilustración de Miss Guisante

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