En la pared, los honores futbolísticos locales. En las mesas, los horrores gastronómicos de la doña. Tras la barra, Benjamín. Anclado en este océano de carajillos, rodeado de náufragos de ciudad.
Rotundo como una palabrota, mastica palabras incomprensibles, por eso nadie paga la cuenta. En el bar de Benjamín la cuenta no se paga, se intuye. Se tantea a medio camino entre su balbuceo y el precio de mercado, sin contar la propina.
Y cada vez son menos los clientes iniciados en este arameo comercial. Escasean los bebedores con cuentas saneadas y abundan los crápulas en vías de extinción. Los primeros no entienden a Benjamín. Benjamín entiende demasiado a los segundos.
Por eso se hundió su bar-co. Por eso naufraga ahora entre contenedores y chapotea el dia dels trastos para seguir a flote. Por suerte para él (y para su doña) la semana tiene siete días y ésta ciudad, por lo menos, nou barris.
*Il·lustració: Marcel F
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