16 d’abr. 2013

Faro de Mamelles

Foto Gonçal Calvo Pérez

Al faro siempre se llega sudando por un trayecto pespunteado de mar, untándose de salitre hasta llegar al canalillo de Les Mamelles. Dos montículos avejentados de señora con secretos separados por una carretera vieja. Un par de colinas dónde asoma erecto el orgullo mandatario.
A un lado, el monumento del renacimiento africano. Un renacimiento que nació muerto tras una inseminación de dineros coreanos. Dineros de banco de esperma, de banco de imágenes de esplendor monumental recalentado. Un aborto hecho estatua. Un delirio de grandeza que observa desdeñoso el horizonte incierto de la banlieue dakariana. Una banlieue que responde con orgullo de arena a la mirada muerta de semejante cúmulo de granito.
Al otro lado el faro, francófono y descascarillado.
Para llegar al faro hay que pagar un justo peaje de suspiros. Suspiros por la carretera empinada. Suspiros por la soledad de la subida. Suspiros por todos los muertos del faro. Suspiros por las vidas que transitan el canalillo de esta vida urbana, ahogados en una cubana sin amor. Agotados en un mal polvo de poder sin sueños. En un orgasmo fingido de pezones muertos en la cumbre de dos mamellas yermas.
Dos montículos sordos y horadados por la historia y el desencanto de quienes, sedientos de estrellas, se quedaron sin horizonte a media cuesta. Descoyuntados entre los hierros retorcidos de coches a medianoche. De accidentes por encargo que cimentaron los pies de barro del renacimiento africano al otro lado de la carretera.
Subir al faro entre zarzas de silencio y condones olvidados por los cariños furtivos de un domingo de noviazgo. Subir al faro persiguiendo la sombra de un poeta que deglutía estrellas. Que se alistó en la soledad de los que evitan que todo siga dando vueltas rebentando el eje de la circunferencia de las historias redondas.
Subir al faro, como subió su sombra ya medio muerta, condenada por una carretera babélica que se empina con el desencanto de las pajas laborales. Una paja por encargo que se queda en nada.
Un poeta, esperma desestimada, en la cuneta del poder en círculos concéntricos. Esperma desestimada que desborda la profilaxis de lo correcto, que insemina biografías fabuladas en la memoria de quienes leen en silencio el verbo sin conjugar de un tiempo sin tiempo.
Gerundio de subir soñando hasta el girar girando de una mísera bombilla en las entrañas de un faro descascarillado. De una maquinaria tan vieja como el sueño mismo. De una vulgar bombilla atrapada en el juego de espejos de un renacimiento muerto que asfixia la vida en el canalillo normativo del diccionario.
Una maquinaria antigua de cobre caducado, cristal tallado en prisma y paredes encaladas que mueren cada día. A pesar del masaje mecánico del técnico de mantenimiento, empeñado en mantener la luz viva a pesar de su muerte clínica. Guardianes del fuego asustados por la llama, por la vulgar bombilla de voces que hablan después del tiempo y por los coches despeñados en pos de un fuego muerto.
Voces del amor furtivo a los pies del faro, a los pies del mundo, voces de lo hermoso de las hermosas geografías feas que el faro ilumina a veces. Voces que se alojan en los tejados de lata de los hogares por donde pasaron Césaire y la pobreza.
Voces en el suspiro de quien sube al faro para ver la muerte del silencio, para escuchar las letras negras de un poeta muerto.

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