20 de març 2010
sardinas
Lo cierto es que hoy creí verte.
La calle andaba llena de paseantes, la mayoría de ellos apresurados por descubrir tesoros en cuevas secretas. En mi trayecto me crucé con algunos rostros alucinados. Algunas cejas colgando de un hilo que pendía de un cielo que a su turno se había vestido de gala, iluminado por tres o cuatro flashes de turista inmortalizando lametones soleados en la plaza mayor.
Fotogenia low cost para un mundo pequeño como una esquina en medio de un mar de datos disfrazados de slogan. Una esquina grande como un océano. Como una ola desubicada en medio del sueño de alguien que se durmió soñando veleros blanquitos surcando mares del sur. Alguien que se durmió soñando veleros y se despertó con el regüeldo de una cena que todavía no había comido y deseando sardinas a la brasa.
Pero lo cierto es que creí verte, hoy.
Contra un muro teñido de lametones soleados me pareció reconocer el ángulo de tu cuello. Y las paredes me devolvían ventanales sonrientes orientados al sur, con luz de día, ideal parejas.
Se alinearon en ángulo recto los recuerdos de mediodías disfrazados de mañana. Parece mentira que ya sean las tres y sigamos aquí, sorbiéndonos las ganas de despertarnos y lamernos y dormirnos y despertarnos de nuevo sorprendidos por la luz de un día que se arrastra a paso de anguila.
Y que ante el desconcierto de una mañana hecha tarde nos volvamos a abrazar pensando que la noche es sólo un trámite. Y que una vez sellados con saliva los arrumacos, nos volvamos a dormir deseando comer algo, masticar algo. Algo que no sean nuestras carnes de resaca, algo que tragar almacenado en una nevera al final de todos los pasillos del mundo.
Tu cadencia ya no era mía, cuando creí verte hoy.
No te saltaban los pies al ritmo de los horarios ajenos. No te dirigías a ninguna plaza para esperar llamadas perdidas. No te perdías por la ciudad deseando descubrir algún secreto. No deseabas el fin de ninguna jornada. No lidiabas ninguna batalla con el reloj de nadie.
Si esos pies hubieran sido tuyos, me hubiera embarcado.
Pero, de haber sido tú quien se escurría contra la luz de ése muro, todos los nudos marineros se habrían soltado. Bailarían bachata los imanes de las brújulas. Las ínsulas deshabitadas votarían resoluciones vinculantes en la comisión cartográfica de los organismos competentes. Crecerían playas vírgenes en los planes de desarrollo urbanístico.
Y parecías tú.
Pelo, cuello, pies. Incluso la brisa entre tus miembros olía como la tuya a barlovento. Pero dejé las aperos en dique seco. Destripadas las redes con la rémora de hologramas recortados a contraluz.
Me pareció verte pero el olor a sardinas me devolvió a la realidad.
Consulté mi carta astral y el mapa que me habían ofrecido en el punto de información turística. Sección hostelería y servicios. Bar Pajarera: ubicación céntrica, especialidad tapas, servicio correcto, decoración escueta.
Pedí media ración de pescaíto frito y una de sardinas.
Por si llegabas con hambre.
* Ilustración de Mercè Rocadembosc
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