25 de març 2010

catre

Los coches pasaban rozándole la punta de los pies y pasaba el día por encima de su gorro. Rojo, con la costra del anuncio de algún lugar que nunca visitó. De algún lugar que no merecía la pena visitar puesto que seguramente ya había caducado.

Le había crecido el bigote vendiendo golosinas en los quioscos de la estación. Se le pintó de gris el pelo vigilando coches frente a todos los hoteles de todos los barrios de la ciudad.

Abriendo las puertas de todos los restaurantes de la avenida le empezaron a fallar las piernas y barriendo las aceras descubrió que se le había encogido la sombra.

Más tarde, sentado en la banqueta nocturna de un edificio de oficinas se le incrustaron lágrimas de viejo en la mirada. Ahí aprendió a lidiar con el aburrimiento:

Bastaba con dormir en camas duras para mantener los sueños a raya.

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