13 d’ag. 2016

paréntesis 0


Es una estructura de madera gruesa con forma de letra T, la carga en el hombro un hombre que camina por el paseo marítimo. De las patas cortas de la T cuelgan cientos de bolsas de plástico en racimo. Dentro de cada bolsa hinchada un puñado de nube blanca de azúcar y algo más. A veces un globo de color por hinchar, a veces un dátil, a veces nada. 
 
El hombre camina por el paseo con las chanclas gastadas y un polo de rayas. De vez en cuando se para para subirse el pantalón, a veces se cambia el cargamento de lado. Anda despacio al ritmo que el peso le permite y el alijo se balancea dulce inconsciente del peso que suponen cientos de nubes a hombros de un solo hombre. Es lo que llamamos una estampa cotidiana, cada día muchos vendedores de algodón de azúcar trazan el camino de este a oeste de la ciudad tentando la glotonería de los niños y probando la paciencia de los padres.
 
Verles avanzar de espaldas es abrir un paréntesis a la superficie estriada del día. Ellos cargan mercancía y tú cargas metáforas. Y a pesar de ser una imagen evocadora, tiene un potencial metafórico limitado pues todo cabe. En el meneo del racimo de bolsas de plástico con tesoro caben todos los significados que uno pueda necesitar. Un vendedor ambulante de significantes vacíos.
 
Hoy me ha parecido una perfecta imagen de soledades, livianas de una en una y agotadoras todas juntas. Podría ser que dentro de cada bolsa, entre los pelos de azúcar que trenzan la nube, hubieran las palabras que nos hemos dicho sin entendernos. El malentendido en broma, el reproche silencioso, la pelea de gatos, el nos llamamos luego, el te hecho de menos. Un dulce ir tirando que se te clava en la clavícula y te duele por la mañana.
 
Hace unas semanas la venta de nubes me pareció como si se pudieran vender secretos al detalle. En cada bolsa aire de algodón dulce y un globo deshinchado para que soples dentro tu misterio. Comprar una dosis para que los chiquillos se entretengan mientras los mayores secretan su secreto y después soplan soplan soplan. Decir que tienes ganas de marcharte, que piensas a todas horas en la chica del colmado, que tienes miedo al subir al metro y al conducir de noche, que sigues pensando en cómo morirte pronto. Y regalarle el globo al primero que pase, para que tu secreto cambie de manos y se olvide del camino para volver a casa.
 
Soñé que hacía un trato con el vendedor de azúcar y que en cada bolsa metíamos un ruido. Que aislábamos un sonido de ciudad y lo alojábamos en el centro de la nube de algodón y que al morderlo, con los bigotes pegajosos, los compradores se tragaban un pedazo de partitura y que se les alojaba en el intestino el traqueteo del tranvía o la voz del vendedor de sandías o el silencio de un viernes. Envenenar a los viandantes con la melodía de una ciudad que olvida de sí misma.
 
Vender chucherías de azúcar y cargar con lo que los demás necesitan evocar, aunque nunca compren. Y caminar hasta muy de noche cargando paréntesis que se mueven según el viento y según el cansancio de quien anda hasta dar el día por pagado. Cada bolsa una guinea, cada metáfora un puñado de aire.

9 d’ag. 2016

paréntesis 11



Ahora hacemos que tú jugabas a cartas y que yo llegaba a la cafetería por casualidad y te saludaba. Hola qué tal, cuánto tiempo. Cómo están tus padres? Cuándo has llegado? Hace unas semanas vi a tu hermana en el mercado y me dijo que estabas fuera. Te lo contó? Ahora hacemos que me das la mano y me dices que me siente contigo y yo te digo que no quiero molestar. Tú haces que no es molestia y que me siente, que te alegra verme. 
 
Vale, jugamos a que yo me siento y me pido un zumo de limón y tú le dices al camarero que lo sirva con el azúcar a parte y yo me sonrío porque te has acordado. Te ofrezco un cigarro y me dices que ya no fumas y te digo que si lo has dejado por cuidarte y me dices que más bien porque es muy caro. Ya, hago como que te entiendo pero en realidad aquí los precios siguen siendo los mismos, así que imagino que es una de esas bromas que hacen los que se han ido y vuelven. 
 
Pues hacemos que jugamos a cartas los dos. Así hablamos de las reglas del juego y dejamos de lado todo lo nuevo que te ha pasado y lo viejo que me pasa. Repartes las cartas y te digo que no se vale hacer trampas. Abres con una carta baja y yo cambio de palo, te toca pillar, dos veces porque te habrán salido cartas malas. Te gano la partida muy rápido, hace tiempo que no jugaba me dices. Te falta práctica, te respondo. Hacer como que jugamos a cartas es aburrido. No te sabes las reglas y a mi me falta paciencia para explicártelas otra vez. 
 
Bueno haremos otra cosa, vamos a inventarnos otro juego. Jugaremos nuevo. Me pongo las cartas en la cabeza, vale? Vale. Ahora tienes que escoger una. Vale? Vale. Y tienes que adivinar qué estoy pensando. Vale? Vale. Estás pensando que estoy gordo. No, eso no. Un poco, pero no he pensado eso. Más bien que estás moderno. Te ríes. Ahora tú, ponte las cartas en la cabeza. Pillo un tres de picas. Estás pensando que me hecho vieja. No exactamente pero sí que he pensado que estás diferente, como más adulta pero bien. Ya bueno, vieja. Nos reímos un poco y es mi turno. Haré como que escojo una carta con mucho cuidado y te tocaré el pelo, antes lo tenías más rizado, bueno antes tenía más pelo. Ha salido un as de corazones, tenía que salir. Estás pensando que me tienes que contar lo de tu novia nueva. En realidad no, porque no tengo, me dices, el juego era para eso? Un poco, pero hagamos como que no nos hemos dado cuenta. Se te caen tres o cuatro cartas de la coronilla y tenemos que empezar la partida de nuevo. 
 
Ahora hacemos que nos hemos cansado de estar en la cafetería y que en realidad no teníamos planes. Hacemos una pausa en el juego y me dices si me apetece ir a dar una vuelta. Y yo te digo que claro, vayamos al paseo y así te enseño todas las cosas nuevas que han construido. No pillas la broma, casi todo sigue dónde estaba. Haces como que lo entiendes pero se te ha puesto cara de guiri, y no sé si me hace gracia o me hace pena. No nos está saliendo bien, tienes que concentrarte . Ok, caminamos. Vamos a hacer el recorrido de siempre pero como si nada. Te acuerdas de esa vez que caminamos de noche y a medida que avanzábamos se apagaban las farolas? No, bueno sí un poco. Yo me busco el bolsillo de la falda y tú te abrochas la chaqueta. Me había olvidado de que aquí también hace frío. Sigue habiendo goteras en tu casa? No, es que me mudé, ahora vivo en otro barrio. Es normal, hacía mucho frío en tu casa. A veces, pero nos apañábamos. Esta broma tampoco la entenderás, no es la cara de guiri es la cara de haberte olvidado. 
 
Si quieres podemos pasar y te la enseño. Sigues compartiendo? No, ahora vivo sola, pero me gusta que vengan amigos. Podemos cocinar algo y nos tomamos un zumo. O podemos pillar unas cervezas. Mira, han renovado el bar que había en esta esquina. Ese bar molaba mucho, siempre venía aquí a pasar la tarde. Y yo hacía como que me gustaba venir a leer, pero era por si te encontraba y me invitabas a algo. En serio? Un poco sí, pero ahora ya me he acostumbrado y vengo de verdad, me siento a leer y a veces escribo. Durante una temporada había un chico que se parecía mucho a ti, y siempre me asustaba cuando le veía de espaldas. Hace tiempo que no le veo, y bueno, se parece a ti de antes, ahora no se parecería. 
 
Hacemos que nos parece muy normal lo de subir a casa y hacemos que estamos tranquilos. Hacemos que hacemos bromas y tu haces que miras los libros y las fotos. Te quitas la chaqueta y comentas los pósters de las exposiciones viejas. Te recuerdo que siempre discutíamos sobre las exposiciones que se hacían en la ciudad y te pregunto si has visto algo interesante últimamente. Me dices que sí, pero que en realidad te parece todo bastante postizo en tu ciudad nueva, te digo que antes decías lo mismo de lo que pasaba aquí y me dices que a lo mejor no has cambiado tanto. Me fijo en tus zapatos y me acuerdo de las botas feas que llevabas siempre. Eran feas pero muy cómodas, estas son nuevas pero no me acostumbro. Ves, ya te he dicho que te habías vuelto moderno. Yo me río, pero tú no. 
 
Hacemos pasta al horno, con mucha bechamel. Esto no ha cambiado. Ya no eres vegetariano? Tampoco es que lo fuera mucho. Haces como que me pasas el cuchillo y me tocas la mano. Hago como que no me doy cuenta y toco el hombro camino de la nevera. Haces como que huele muy rico y hago como que me lo creo. Ahora hacemos que nos lo vamos a comer todo y que estamos la mar de bien, hablando de las cosas que has estado haciendo y yo no te cuento nada porque me parece que no he hecho nada interesante. Nos sentamos en el balcón, tu balcón de antes era más pequeño, mi balcón de antes tenía mejores vistas.

Hemos hecho como se ha hecho tarde sin enterarnos. Y hago como que si quieres te puedes quedar a dormir. Haces como que no se te había ocurrido la idea y bueno, te quedas. Nos partimos la última lata de la nevera y me enciendo un cigarro. Y haces como si me ayudaras apartándome el pelo. Y hago como si el beso que vamos a darnos fuera por sorpresa. 
 
Ahora hago como si supiera por dónde vas a seguir, pero desnudas diferente y hago como que no se me hace raro. Hacemos como si siempre, primero muy rápido y después muy despacio. Me abrazas y te abrazo. Como si nos fuéramos a dormir ahora mismo pero no. Me escuchas respirar y respiro como a tu ritmo para que parezca que me estoy durmiendo. Respiras al ritmo de quien ya no fuma y yo necesito respirar más veces para tener la misma cantidad de oxígeno. 
 
Hacemos como que soñamos, pero sólo nos hemos dormido.

7 d’ag. 2016

parentésis 14



Empieza con la calle de perfil. Con el relieve de todos los edificios dibujando una estadística a contraluz. La representación gráfica de algo que sube y baja a intervalos muy cortos y abruptos. Sería divertido sentarse a pensar qué podría responder a un gráfico tan dinámico. 
 
Podría ser la oscilación del precio del pescado a última hora en la lonja cuando el vozarrón del capataz se empieza a dormir porque anoche tuvo jarana. A lo mejor su hijo tuvo fiebre o a lo mejor la fiebre la tuvieron él y su señora y se les ha hecho de día y se distrae cantando el precio del quilo de sardinas pensando en los quilos de su mujer distribuidos entre su boca y sus piernas. 
 
Podría ser la estructura de la melodía de muchas músicas sonando a la cinco y media de la tarde. La mezcla de la canción que canturrean las niñas cuando no las ve nadie. La sintonía de un programa de la tele, aquél de la presentadora muy guapa con vestido de purpurina. La última de una estrella pop que canta sentada en el capó de un coche blanco mirando al infinito. Las subidas y bajadas de una canción de abuela cantada en árabe antiguo con gafas de sol y pendientes de pinza muy grandes. 
 
Podría ser trazo de las olas contra el hormigón, la distribución normal de un cuerpo de agua que se desintegra en gotas contra el borde de la ciudad. Una estadística que plantea el problema de la determinación de la unidad de medida: es una ola, es un mar o es una gota? Es el instante de la masa que se desparrama en el aire antes de volver a recogerse sobre el mar, bajo el manto de una campana de gauss que puede ser un sombrero o un elefante devorado por una serpiente o el perfil de una ciudad antes de que anochezca. 
 
Por encima de la línea de demarcación de la ciudad estadística hay un cielo exhaustivo. Algo bastante blanco,bastante azul y bastante plano. Un cielo resignado a existir por contrapunto como el amigo silencioso de un amigo parlanchín. En este cielo las nubes están cohibidas porque si se soltaran el pelo resultaría difícil distinguir qué es ciudad y qué no. Es más, cuando las nubes se desmelenan corren el riesgo de quedarse enganchadas en el pincho de una parabólica, cocinadas a la plancha en el plato dónde resuenan todos los telenoticias de la región. 
 
Sólo las palomas zurcen el roto entre skyline y cielo. Cuando al sol le quedan dos dedos de caída libre sobre el mar los pájaros empiezan su entreno olímpico. Vistas a pie de calle, aparecen y desaparecen como una parábola tendiente a infinito. Cosen y recosen el recorrido circular de la azotea a las nubes con punto lanzado, que “consiste en lanzar el hilo según un esquema previamente fijado, formando barritas paralelas que constituyen un conjunto homogéneo y compacto”. Y con la misma determinación desenhebran la aguja y deshacen la trama cada vez que se ensancha la bandada y se desparraman los puntos sobre las coordenadas arriba-abajo, izquierda-derecha, pasado-futuro. 
 
Sociólogas con alas dedicadas a recomponer cada día el margen de error necesario para que respiremos las variables anómalas.


 
It starts with the profile of the street. With the surface of all the buildings drawing a statistics in the backlight. The graphic representation of something that goes up and down in very short and abrupt intervals. It would be fun to sit and think about what would such a dynamic graphic be representing. 
 

It could be the oscillation of the fish prices at the end of the day in the fish market when the voice of the big boss progressively falls asleep because last night was tough. Maybe his son had a fever or maybe it was him and and his wife who have been feverish until the daylight and so he's distracted singing the price of a kilo of sardines while thinking of his wife's kilos around his mouth and his legs.



It could be the structure of the melody of many musics playing at half past five in the afternoon. A combination of the song that girls sing when they think no one sees them. The jingle of a tv show, the one with a very pretty anchor wearing a glittering dress. The one of the latest pop star who sings sitting in a convertible white car staring at the infinite. The ups and downs of a grandma's song sung in old arabic with sun glasses and very big clip earrings.
It could the line of the waves against the concrete, the normal distribution of a body of water disintegrating into drops against the boundaries of the city. A statistic that unfolds the problem of determining the unit of measure: is it a wave, a sea or a drop? It's the moment of a mass of water splashing in the air before gathering again in the sea, under the blanket of a gauss glass that can look like a hat or like an elephant devoured by a snake or like the profile of a city before sunset. 
 
Above the demarcation line of a statistic city there is an exhaustive sky. Something quite white, quite blue and quite flat. A sky resigned to live by comparison, like the silent friend of a talkative friend. In this sky the clouds are self-conscious because if they go wild it would be difficult to distinguisg what is city and what is not. Actually, when the clouds let themselves go they are at risk of getting stuck in the hook of a parabolic antenna, grilled in the dish where the all the newscasts ot he region are resonating.

Only the pigeons dare to sew the unpicked between the skyline and the sky. When there is only two fingers of sun remaining before the free fall on the sea, birds start their olympic training. Seen from the street, they appear and disappear as a parabola tending to infinite. The sew and re-sew the circular journey from the rooftop to the clouds with fly stitches, which consists on trowing the thread according to a previously stablished scheme, deploying a series of parallel lines that conform a compact and homogenous body. And with the exact same obsession they unleash the thread and undo the weft and the stitches are scattered on the up-down, left-right, past-future coordinates. 
 
Sociologists with wings devoted to recompose every day the margin of error needed to let the anomalous variables breath.
 

6 d’ag. 2016

paréntesis 15


Miras al suelo mientras andas, por costumbre y por no tropezarte. Cada ciudad tiene su forma de caminar. La calle está fracturada como un espejo roto, había habido bordillos que ahora están erosionados en algunos tramos y se han derrumbado en otros. Había habido también asfalto que ahora se desmorona de vez en cuando por sorpresa como la arena por el cuello del reloj. Desaparecen partículas de calle hacia el vacío de la ciudad granulada, y por eso hoy caminas mirando al suelo, por instinto y por si acaso. 
 
Te encuentras entre un paso y el siguiente con un gato minúsculo a quien ya no le asusta el cerco de pies a su alrededor. Sorteas algún que otro montón de basura y haces como si no estuviera, los trajo la tormenta y se quedaron por desidia. Calles que supuran basura, acné urbano en una ciudad que crece, crece, crece. Casi nunca andas por la acera. Haberlas haylas, pero siempre terminas haciendo equilibrismo entre la carretera y los coches aparcados. Cada ciudad tiene su forma de caminar. En la tierra de nadie que trazan las sombras de los coches en doble fila y los coches a toda leche se anda mejor. A veces algún charco, a veces algún susto. Y de vez en cuando, calles de polvo tan estrechas que los edificios las envuelven con su celofán de balcones y ropa tendida. Sólo una cuchillada de cielo para que corra el aire y se meneen las sábanas y los calzoncillos blancos. 

Al doblar la esquina, antes de que el gentío la devore, una caricia violeta en los adoquines nos recuerda que hay cosas que celebrar. Un collar de reflejos violetas hace bailar las banderolas que engarzan un lado de la calle y su opuesto, residuos de plástico del penúltimo ramadán siguen decorando la calle hasta que el sol se los coma o hasta que se los lleve el viento. 
 
Caminando como se camina en estas calles, se ve primero la sombra de casi todo, hasta de lo bonito. Y la sombra de estos vestigios de celebración parece un mapa de cromosomas coloridos, con sus patitas de X y sus patitas de Y saltando entre los rascacielos. Se balancean tan rápido que el viento se lleva la afinación norte-sur de la brújula, por eso seguimos desorientados aunque tengamos el mapa tatuado en el suelo. 
 
Cada ciudad tiene su forma de caminar.
 

Parenthesis 15


You look at the ground as you walk, out of a habit and out of precaution. Each city has its own way of walking. The street is fractured as a broken mirror, there had been curbstones which are currently eroded in some sections, some others have crumbled. There had also been asphalt, and it's moulding by surprise every now and then as the sand goes through the neck of the clock. Street particles disappearing in this granulated city, and this is why you walk staring at the ground, by instinct and just in case. 
 

Between one step and the next you meet a tiny cat who is not afraid of the besieging steps around. You raffle some pile of garbage and pretend it's not there, it came with the storm and stayed out of sloth. Streets suppurating trash, urban acne in a city that keeps growing, growing, growing, You rarely walk on the sidewalk. There are sidewalks of course but you always end up juggling between the road and the parking line. Each city has its way of walking. And we walk better in the no man's land drawn by the shadows of the double layer of cars and the cars at full speed. Sometimes a puddle, sometimes a fright. And sometimes, streets of dust so narrow that are wrapped by buildings with its cellophane of balconies and hanging clothes. Just a wound of sky to let the air blow and toss the bedsheets and the white underwear. 
 
Round the corner, about to be devoured by the crowd, a violet caress on the cobbles reminds us that there are things to celebrate. A neckless of purple reflections keeps the dance of the banderoles while linking one side of the street and its opposite, plastic remains of the previous ramadan keep decorating the street until the sun will eat them or the wind will take them. 
 
Walking the way we walk these streets, first we see the shadow of almost everything, even beauty. And the shadow of these celebrating remains looks like a map of colorful chromosomes, with its tiny X legs and Y legs jumping between the skyscrapers. They swing so quick that the wind takes the tune of north and south away from the compass, this is why we stay disoriented although the map has been tattooed on the ground. 
 
Each city has its own way of walking.
 
   


27 de març 2016

how not to be myself


Something that tries to escape, as a continual departure,
to loosen the seams, but also which seeks to find connection, to be heard.
Sound as an unsteady economy of the between. In this way, sound teaches me how not to be myself.
Brandon LaBelle 1


1.
Outdoors, late afternoon. Street vendors, cars up and down, families shopping and kids yelling. Urban life in action on a friday afternoon, apparently random and intimately organized. Let's say that I propose you to stand next to the man who sells jeans and to pick one of the characters in this imaginary scene. Do you have it? Who is it the mother of three or the book seller or the teenager with a bike?
Let's sit in the café round the corner. You'll be staring at the wall and I will ask you to describe for me what this character might be doing. I'm sure your blind guessing will be right. Because you have seen this street thousands of times, you know how to walk in it, where to buy cigarretes by unit and whose eyes you should avoid. This conforms to a rough and ready balance where whoever is in control of the portion of space becomes the rightful arbitre of what weaker others get to hear or see2
I have left you alone sitting in the imaginary café staring at the wall and the guys in the tables around start muttering jokes about how weird you look, two girls pass by the table and comment on your clothes and the waiter asks you about the woman who has just left without warning. You might have thought that you were alone, but you weren't. Out in the street, late in the afternoon you are accompanied by a crowd of others who know who you are not. And have an opinion about who you should be.


2.
Mashroua, morning. Pop-up message in the phone: I'm sorry for the last time, I left you waiting in a fictional café. Do you have any plan this afternoon? Let's meet at the tram station for a walk. You are a bit late but it's fine, arriving a bit late is a way of breathing. I didn't tell you, but we won't be alone.
Close your eyes. Let's walk. Someone will hold your hand and you will walk the sound. At first you will be worried about whose hand are you touching, the texture of the skin, the strenght of the wrist, the touch of the elbow against your arm. Then you will notice the smell of this other someone walking with you. Is it parfume or deodorant? Is it the scent of a he or a she? And then you will stumble on some obstacle at your feet. And the someone will hold your hand a bit harder and you will consider opening your eyes and put and end to this game.
But you hear the clinging sound of a bell, a horse charriot maybe or a juice seller. The body who guides you slows down and you are a bit dizzy because you don't know what's around you and you can't predict what could happen. But the challenge for this exercise is that no matter how slow you are walking, you can always go much slower3.
The air is cold and accelerates as a harsh loud sound passes by your left side. You don't move because a stanger is holding your hand and is not giving you any sign to go forward. After a while the stanger will touch the palm of your hand and you will resume the walk, and some voices will approach you and you will hear them wondering wether you are blind or stoned. You cannot see the stranger but you can tell that he or she is smiling just like you are now. Because you share a secret, you are listening to the shapped air between you and I and the city and these voices are just a detail of its sound. 
 
3.
Tramway station. Afternoon. A voice whispers in your ear “you can open your eyes now”.
It will not be me that you will find standing next to you. Your intuition was right, someone you don't really know has been finding noises for you. Together you have composed a space built with spare pieces of wind and horns and men's voices and rushed steps and humming leaves and smell of smoke.
Your eyelids feel heavy and your lungs are open, the breathing has found its way to participate in this partition and now it's your turn to pick the sound you want to share, knowing that sound is ungovernable, that is, it is at one and the same moment, yours and not yours4.
I will close my eyes and I will stand in the street. Someone, maybe you, will hold my hand and we will draw the streets again. The feeling is somehow subversive because we are inventing the shape of a space we thought we knew. It is sound itself, as pathetic trigger, that entices us to inhabit this world in listening, and grants us access to what the world might be5.
This afternoon we are out in the street alongside with few strangers walking slowly exposing our vulnerable bodies to the urban rush, daydreaming, soundwalking. Experiencing a way of being related to what is not me and not fully masterable (…) a kind of relationship that belongs to that ambiguous region in which receptivity and responsiveness are not clearly separable from one another 6


4.
In bed. Late night. Your inner voice tries to identify the streets we have been walking in today and you don't know how to link the bell with the horse or the voice with the face or the smoke with the café. And when you are about to fall asleep, your body reaches the weight of the dream and tells you that it is not important, because your ears and the stranger's hands have drawn a map of possibilities in a city where the impossible is narrowing by the day.
Together we have questioned that terrible weight of the official reality that says: there is what there is. And so we could breathe. The macro situation remains the same, but now we see it from another place. It's all horrible, but at the same time we have proven ourselves capable of producing another reality. And that automatically generates joy, a new emotional climate7.
Tomorrow I will pass by the imaginary café. I will be a bit late and you will be sitting alone with a glass of tea. Your eyes will be closed, your head slighly bent, a minor smile in the corner of your lips, your ears wide open. The guys in the tables around will be muttering jokes about how weird you look and two girls will pass by the table and comment on your clothes. They won't know it, but they will be witnessing the disappearing act, your vanishing self in the sounds of Alexandria.
I will sit next to you and whisper: you can open your eyes now.


* Notes based on the workshop “Experiencing a sensitive exploration of the city” with the art collective City sounds concert / Ici-Même, organized by Nassim el-Raqs in Alexandria between the 6 and 15 of november 2015.

** This article was orginally published in arabic in the cultural magazine Tar al Bahr. 

1 LABELLE, Brandon. “Lecture on an acoustics of sharing” in FISCHER, Berit and MUHLEN, Kevin. Hlysan, the notion and politics of listening. Luxembourg. Casino Luxembourg, 2014. p. 22
2 DARWISH, Hany quoted by EL-WARDANY, Haytham and MAAMOUN, Naha: “How to Disappear” in The right to silence conference curated by ABU HAMMDAN, Lawrence. Amsterdam, 20-23 march, 2014.
3 OLIVEROS, Pauline. Deep listening: A composer's sound practice. Lincoln: Deep Listening Publications, 2005. p. 20
4 RAIMONDO, Anna. “Brandon LaBelle, interviewed by Anna Raimondo”in Reflections on process in sound (2). p. 2-12: December 2013.
5 FISCHER, Berit. “On the notion and politics of listening” in FISCHER, Berit and MUHLEN, Kevin. Hlysan, the notion and politics of listening. Luxembourg. Casino Luxembourg, 2014. p. 15
6 BUTLER, Judith. “Rethinking vulnerability and resistance conference in the XV Simposio de la Asociación Internacional de Filósofas. Madrid. Instituto Franklin - Universdad de Alcalá de Henares, June 2014. p. 16
7 FERNÁNDEZ-SAVATER, Amador. “How to organize a climate" in Making worlds: a commons coalition: 9 January 2012

25 de febr. 2016

the applause

 
What man contemplates in this scheme is the activity that has been stolen to him, it is his own essence, torn away from him, turned foreign to him, hostile to him, making for a collective world whose reality is nothing but man's own dispossession.
Jacques Rancière. The emancipated spectator.
 
 
Abu Qir street, seven in the afternoon, six lanes road. A man standing in the brick row that distinguishes the incoming from the outgoing cars. He has left a couple of plastic bags on the floor and he has rolled up his sleeves. He locates his sight on a relatively undetermined spot on the other side of the street and he applauds. Clap clap clap clap clap.

About three minutes of applause. Pause. He stretches his right arm, then his left arm, rolls his shoulders and resumes. Clap clap clap clap. On the left the faculty of engineering, on the right a hospital, on both sides cars motorbikes passersby traffic police bicycles. And a standing man who claps to a rhythm  he only knowns, lunatic metronome.

The scene repeats almost every day, almost in the same place, almost at the same time.

Almost everyone has seen him once. Even those who think they haven’t ever seen him, when asked they vaguely remember his shabby clapping profile. And when asked, almost everyone has a different story to explain his quartered ovations. A clapping man is an open question mark in the middle of the city. As in the old songs, some say his son was killed in the university. Some say he lost his job in the hospital. Some say he’s with the islamists. Some say he’s with the socialists. Some say he’s with the military. Some say he’s crazy. Some say he’s not.  What’s there left for a middle aged man to celebrate in the country of uncertainties? Where people disappear twenty by twenty and the enemies are killed thousand by thousand?

What the fuck is the clapping man clapping at? The question crumbles in the void of his palms. Clap clap clap clap.


Drinking beers with A I tell him about the applause in Abu Qir and about how it makes my day when i see the clapping man splitting normality in the traffic jam.  A switches on the warning lights bristling his eyebrows. He tells me that when Bouazizi set himself on fire in the public square back in 2010 there where voices who devoted time and words to theorize his immolation in terms of performance. Ladies and gentlemen we’ve discovered total art in times of dictatorship, with footnotes and arab springs. He adjusts his glasses and asks my opinion on the matter. Performance or what? I take a sip of beer to buy time. Well, i don’t know, i guess he’s just a clapping man but we should go more often to check how he does it.

There are poets in jail in this city. Censored movies. Shut down galleries. Charged publishers. Disappeared journalists. Tortured students. Ditched nobodies. Every time we think of doing something to give shape to what we feel, we update the bookkeeping of risks, counting interrogations as production costs. It almost never happens, but it happens. And we do less and less and it happens more and more. However a man carries his own reasons in the middle of the street for a standing ovation to this void and nobody dares to stop him.

I’m on my way back from the supermarket, I step off the bike and listen to the clapping man. I observe his gestures, tired arms, constant pace. When his applause is faces me I look at him in the eye but he doesn’t shrink. He sees me, but he doesn’t care. And i check the cars passing by, they don’t look at him but  they see him. Not a metaphor not a performance not madness. Then what? A asks. I don’t know: a parenthesis. And i clap.

Clap clap clap clap.

17 de febr. 2016

self portrait of wednesday

i'm afraid of my grandma dying
pigeons flying above the rooftops makes me smile
i have the ability of being deeply sad
and i have lived in many cities
the horizon is important to me, so is my bike
sometimes i'm scared of scared people around
and i'm proud of my living room as a shelter for friends
i don't know what will come next
my brother rarely smiles and it worries me
i love writing, but i can't dance